Escrito en Zaragoza el 29 de noviembre de 2015

Sentado en la terraza de mi casa, Sol, aire, sonido del agua de la fuente del parque al que da, sonido de los árboles movidos por el viento.

Momento perfecto de conexión para mí.

Observo un niño jugando con su madre, hay poca gente hoy.

Un hombre está con su perro paseándolo.

Se sienta y comienza a lanzarle una pelota
que el perro va diligente a por la misma y se la trae, recibiendo las alabanzas de su dueño, y el perro mueve el rabo de satisfacción.

Vuelve a tirársela y de nuevo el perro va a por ella contento de volver a llevársela a su dueño.

Llega un momento en que el hombre se cansa de echarle la pelota. El perro se queda mirándole, le ladra y se mueve delante de él pidiéndole a su manera que se la vuelva a lanzar. Pero ese gesto no llega, es evidente que a su dueño ya no le apetece más ese juego.

El perro tarda poco en darse cuenta y se va a su rollo, a olisquear por ahí, sin problemas aparentes. Adaptación y salida hacia adelante.

El ser humano, en la mayoría de los casos, funciona inicialmente de igual forma. Esperamos un gesto de los demás para sentirnos bien, esperamos que nos lancen la pelota para ir a buscarla moviendo el rabo, pletóricos, contentos.

Pero muchas veces no llega ese gesto, incluso llegan los opuestos.

Esperando siempre un te quiero de la pareja, un abrazo de los hijos, una valoración de lo buena, de lo buen, madre, padre, pareja, compañero de trabajo, trabajador, amigo, que soy.

No sé qué sentirá el perro en el momento que no le vuelve a lanzar la pelota su dueño, lo que sí sé, por experiencia propia, es lo que siente un ser humano. Frustración, tristeza, dolor, ansiedad…..

Igual que el perro, seguimos esperando ese gesto día a día para sentirnos bien.

Pero hay una diferencia entre el perro y el ser humano. El perro tarda muy poco en irse a hacer otra cosa que le gusta.

Nosotros no.

Pensamos y pensamos, ya no me quiere, no me valoran, son muy egoístas. Inicialmente echamos la culpa de nuestro sufrimiento al otro.

Pero la cosa empeora, comenzamos a creer que los culpables somos nosotros. Habré hecho algo mal, es que no valgo nada, soy un/a imbécil….

En esta rueda es fácil entrar, y puedo asegurar que la mayoría de las personas pasamos por esos estados muchas veces, unas más que otras.

Salir de la rueda no es fácil inicialmente porque realmente no somos conscientes de lo que nos pasa, de cómo entramos en esos bucles.

Cuando ya no podemos más, salimos de la rueda de forma violenta, con mucho sufrimiento. Tomando decisiones en medio de una tormenta emocional y llegando a resultados no deseados. Pero tarde o temprano volvemos a entrar en otra rueda. Volvemos a esperar que nos lancen la pelota.

La buena noticia es que es posible salir de la rueda y además solo depende de nosotros mismos.

Realmente nosotros somos los principales responsables de estar ahí.

La solución consiste en buscar esos gestos que buscamos fuera, buscarlos dentro de nosotros.

Autoestima, autovaloración es la base en la que apoyarnos.

Muchos utilizamos esto de la autoestima a diario para hablar de lo que les pasa a los demás, pero no lo aplicamos para nosotros, parece ser que nosotros estamos fuera de ese problema.

Es fácil decirlo. Normalmente hay muchos libros de autoayuda, talleres y conferencias en las que te dicen qué es lo que tienes que hacer, pero no te dicen cómo hacerlo.

También me he dado cuenta que, en general, cuesta mucho a la gente pedir ayuda, como si pedir ayuda fuera rebajarse como personas.

¡Qué equivocación!

Cuando algo no podemos sobrellevar es mejor pedir ayuda. Quizás un amigo/a con una sensibilidad especial, un hermano, compañero, cursos, talleres, un profesional….

Tú decides, si quieres seguir ir a por las pelotas que te lancen y esperar cada día a que te las vuelvan a lanzar.

Y además elijas lo que elijas siempre tendrás razón.



Sed felices
Antonio

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